Hallazgo clave del artículo es que cuanto más firmemente las personas informan que se oponen a los alimentos modificados genéticamente, más informados creen que están en el tema, pero menor...
Hallazgo clave del artículo es que cuanto más firmemente las personas informan que se oponen a los alimentos modificados genéticamente, más informados creen que están en el tema, pero menor es su puntuación en una prueba de conocimiento real (Mundo Agropecuario).
Las personas que sostienen las opiniones más extremas que se oponen a los alimentos transgénicos creen que saben más sobre este tema, pero en realidad saben menos, según una nueva investigación.
El documento, publicado este lunes en la revista científica Nature Human Behavior, fue una colaboración entre investigadores de la Universidad de Colorado Boulder (Inglaterra), la Universidad de Toronto (Canadá) y las Universidades de Washington y Pennsylvania (Estados Unidos).
Los investigadores preguntaron a más de 2.000 estadounidenses y adultos europeos por sus opiniones sobre los alimentos genéticamente modificados o transgénicos. Las encuestas intentaron determinar qué tan bien entendían a los alimentos transgénicos y luego probaron cuánto sabían realmente con una batería de preguntas verdaderas y falsas sobre aspectos generales del tema.
A pesar del consenso científico de que los transgénicos son seguros para el consumo humano y tienen el potencial de proporcionar importantes beneficios nutricionales, muchas personas se oponen a su uso. Más del 90% de los encuestados del estudio informaron algún nivel de oposición a los alimentos transgénicos.
El hallazgo clave del artículo es que cuanto más firmemente las personas informan que se oponen a los alimentos transgénicos, más informados creen estar en el tema, sin embargo, menor es su puntuación en una prueba de conocimiento general.
«Este resultado es perverso, pero es consistente con investigaciones anteriores sobre la psicología del extremismo», dijo Phil Fernbach, autor principal del estudio y profesor de en la Escuela de Negocios de Leeds. «Las opiniones extremas a menudo se derivan de que las personas sienten que entienden temas complejos mejor que lo que realmente los entienden», fundamentó.
Una consecuencia potencial del fenómeno, según los autores del artículo, es que las personas que menos saben sobre temas científicos importantes probablemente sigan así, porque no pueden buscar, o estar abiertos a, nuevos conocimientos. «Nuestros hallazgos sugieren que cambiar las mentes de las personas primero requiere que aprecien lo que no saben», dijo el coautor del estudio Nicholas Light, candidato a doctor de la Leeds School of Business. «Sin este primer paso, los esfuerzos educativos podrían no ser suficientes para alinear a las personas con el consenso científico».
Los autores del artículo también exploraron otros temas, como la terapia génica y la negación del cambio climático. Encontraron los mismos resultados para la terapia génica, pero el patrón no surgió para la negación del cambio climático. Los investigadores plantean la hipótesis de que el debate sobre el cambio climático se ha polarizado tanto políticamente que las actitudes de las personas dependen más de a qué grupo de pensamiento se afilian que de cuánto saben sobre el tema.
Fernbach y Light planean continuar investigando con esta metodología en otros temas como las vacunas, la energía nuclear y la medicina homeopática.
En Chile, el director ejecutivo de ChileBio, el doctor en Ciencias Biológicas Miguel Ángel Sánchez, explica que Chile no está ajeno a estas tendencias. “Es común escuchar opiniones sobre los cultivos transgénicos, la biotecnología, la agricultura, sin tener ni entender los conceptos básicos sobre la materia”. A juicio del experto muchas veces tienen amplia tribuna personas que que hablan con desconocimiento y mucha seguridad. “Esto confunde a la ciudadanía y genera oposición a las nuevas tecnologías en base a prejuicios, ideologías y teorías conspirativas”, recalca.
La investigación fue financiada por el proyecto Humility & Conviction in Public Life en la Universidad de Connecticut, el Centro de Ética y Responsabilidad Social en CU Boulder, la Fundación Nacional de Ciencia y el Consejo de Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades.