El ladrido del Maremmano-Abrucense o Pastor de Maremma hoy protege a los piños de ovejas del ataque de zorros, jabalíes, gatos salvajes, caranchos y principalmente perros asilvestrados, que abundan en...
El ladrido del Maremmano-Abrucense o Pastor de Maremma hoy protege a los piños de ovejas del ataque de zorros, jabalíes, gatos salvajes, caranchos y principalmente perros asilvestrados, que abundan en Uruguay al igual que en la Patagonia chilena y otras zonas ganaderas del país (Mundo Agropecuario).
El Pastor de Maremma es una raza de mastín originaria de Italia central que ha sido utilizada por los pastores durante siglos para defender a los rebaños de los lobos. No es un perro de trabajo que ordena el piño con silbidos, como los empleados en la estepa austral, sino que un cuidador innato, instintivo. Es tal su mimetismo y vínculo con el rebaño, que lame las crías al nacer y se come la placenta de la oveja. De aspecto rústico y ladrido poderoso espanta a los enemigos para que el rebaño paste tranquilo.
“He repartido 700 perros entre los productores y bajamos en más de un 90% la muerte de animales por causa de los depredadores”, dice Andrés Ganzábal, ingeniero agrónomo del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) de Uruguay ante 5 pequeños ganaderos de Tierra del Fuego que realizaron una gira técnica de 12 días a ese país -en el marco del Programa de Transferencia para el Desarrollo Tecnológico y Productivo de la Agricultura Familiar Campesina de Magallanes, impulsado por INDAP y el Gobierno Regional- para conocer la experiencia de sus pares.
El profesional habla orgulloso de este animal que se confunde entre las ovejas y recorre entre 15 y 25 kilómetros en una noche para ahuyentar a los depredadores. “Es un atleta de tiempo completo al servicio de nuestros ovinos”, precisa. “Lo importantes es una buena crianza, la impronta”, dice mirando fijo a sus interlocutores. Y repite: “Buena crianza, de lo contrario mejor ni intentarlo”.
Los pequeños productores magallánicos saben de lo que habla Ganzábal. Nicolás Levill (27) perdió 20 ovejas en diciembre; Luis Gallardo (36) encontró cerca de treinta ovinos con mordeduras hace un mes y la mayoría murió por infecciones; Pedro Cuevas (66) contabiliza más de 1.200 cabezas de ganado perdidas en toda su vida; Nataly Gallardo (35) y Rubén (49) suman otra decena. Todos son víctimas de los perros asilvestrados en la isla más grande de Chile, ubicada a 3.289 kilómetros de Canelones, Uruguay, donde conocieron al Pastor de Maremma.
La experiencia de sus pares uruguayos es elocuente. Luis Picone (63) tocó fondo y dejó la ganadería ovina, primero por los depredadores, luego por el abigeato y finalmente por la baja en el precio de la lana. Pero hace diez años volvió por la recuperación explosiva de la raza Frisona Milchschaf y hoy aconseja a quienes quieran incursionar en la ganadería: “Nosotros le decimos a todo el mundo que primero lleve los perros y después las ovejas. A mí los perros del ingeniero (Ganzábal) me salvaron”.
Edgardo Maquisi (49), también de Canelones, localidad ubicada a 50 kilómetros de Montevideo, recibió hace una década un cachorro, siguió todas las instrucciones y hace ocho años está en cero muerte de ovejas por depredadores: “Es un buen perro. Me da seguridad y tranquilidad. Pero hay que cuidarlo, hacerle cariño al menos una vez al día. Es un integrante más del rebaño”.
Los cachorros no se venden. “Nosotros creemos que los daños económicos por depredadores son graves para el productor, así que cuando los entregamos no hay pago, pero sí el compromiso de cuidarlo y de entregar las crías a otro ganadero en un circuito asociativo y de solidaridad. Cada vez que hay problemas nos llaman y le ayudamos en la formación del pastor. Todo lo que sabemos es gracias a la sociedad que tenemos con los productores”, explica Ganzábal.
A los 40 días hay que colocar al cachorro en un corral con borregas; la idea es que forme parte del proceso. Luego viene la socialización con los animales del campo. El perro totalmente formado y maduro está al año y medio, aproximadamente. De ahí tiene entre 5 y 6 años de trabajo. “Después hay que jubilarlo, es una recompensa que se ganó por todo lo que hizo”, precisa el profesional del INIA.
En Magallanes algunos productores han intentado con el Maremmano-Abrucense, pero no lo han hecho bien, advierte Nicolás Levill, criador de perros ovejeros y ganador de varias competencias tanto en Chile como en Argentina. “No hubo educación ni compromiso con el animal. Lo que he visto ahora me tiene entusiasmado y ya estamos pensando en trabajar con este perro, porque el daño económico de los depredadores no tiene límites”, dice. Sus compañeros de gira refrendan el compromiso y esperan llevar el animal a la isla.
Si bien hay muchas razas de pastores, el de Maremma predomina en los campos de Uruguay. Entre los cuidados que exige el programa del INIA destaca el preservar líneas genéticas, con especial cuidado en que los procesos de cría no involucren consanguíneos. También utilizan reproductores que provengan de padres funcionales y que hayan demostrado su utilidad.
Fabián Salazar, ejecutivo de INDAP Magallanes, valoró el intercambio realizado en Uruguay y dijo que “ya están los contactos y ahora son los ganaderos quienes tienen la palabra y la posibilidad de replicar tecnologías, no sólo en lo que respecta al uso del perro pastor, sino que en inseminación artificial, manejo de predios intensivos y otros aprendizajes”.
En Uruguay no está la estepa baldía de Tierra del Fuego. Por el contrario, hay mucho pasto, alfalfa y avena, además de una ganadería intensiva que repunta y que supera los 6 millones de ovejas, gracias al perro pastor que podría llegar a Magallanes.