La falta de una mirada ecosistémica aumenta la vulnerabilidad del país frente a los siniestros, agudizando no solo su impacto socioambiental, sino también la pérdida de la biodiversidad y la...
La falta de una mirada ecosistémica aumenta la vulnerabilidad del país frente a los siniestros, agudizando no solo su impacto socioambiental, sino también la pérdida de la biodiversidad y la propagación de especies exóticas invasoras (Mundo Agropecuario).
La historia se repite. El fuego ha vuelto a adquirir un triste protagonismo en gran parte del país, registrando en esta temporada un 8% más de incendios forestales que en 2017 y 2018, según la Corporación Nacional Forestal (CONAF). Si bien se habla del clima y la “regla de los 30”, en Chile existen otros elementos vinculados, y de origen humano, que fomentan estos eventos, como el crecimiento de la población, las plantaciones forestales y la falta de protección de los ecosistemas nativos.
“En Chile se habla mucho del combate de los incendios, se aumenta la cantidad de brigadas, aviones y helicópteros, lo cual es bueno, pero estamos bastante al debe en lo que es preparar a los ecosistemas para que sean menos propensos a la ocurrencia de incendios”, advierte Rafael García, investigador del Laboratorio de Invasiones Biológicas, iniciativa del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) y de la Universidad de Concepción.
“La desecación junto al calor obviamente son gatillantes de incendios”, señala en la misma línea Juan Armesto, científico del IEB y académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile. “Actualmente, tenemos una época de calor, pero eso no quiere decir que no haya otros factores subyacentes que influyen. Uno de los más importantes es que la población humana, en zonas urbanas y periurbanas, ha aumentado”, agrega.
En ese sentido, la constante modificación del paisaje trae consigo una alteración y perturbación de los ecosistemas. Por ejemplo, los bosques nativos, caracterizados por su mayor heterogeneidad de especies, han sido reemplazados por plantaciones exóticas de pinos y eucaliptus, las cuales son homogéneas y más inflamables, mientras que la expansión humana a sitios dominados por la vegetación intensifica el riesgo.
A esto se suma el contexto de cambio climático, el cual está aumentando la frecuencia e intensidad de eventos secos y cálidos.
De esta manera, la combinación entre las altas temperaturas, las sequías, el combustible vegetal disponible y la acción humana (ya sea intencional o accidental), conforman la “receta perfecta” para el desastre.
Más allá del clima
Armesto explica que, a diferencia de lo que sucede en otros países, los incendios naturales no han sido propios de los ecosistemas chilenos. “Significa que todo eso es nuevo para las plantas y animales. Esto repercute en la declinación de sus poblaciones, muchas de las cuales podrían extinguirse y, además, fomenta la expansión de especies exóticas invasoras que aprovechan los espacios”.
García coincide: “hay muchas especies exóticas como el pino, el aromo, la retamilla, que coexisten con las especies (autóctonas) y se ven mucho más favorecidas. Si cada vez tenemos más incendios, el bosque nativo se recupera menos de lo que avanzan las especies exóticas, y ahí se genera un recambio total, producto de una interacción entre dos procesos: la invasión de especies exóticas y los incendios forestales”, añade.
Por ello, algunas de las medidas de corto plazo consisten en limitar el uso del fuego, como eliminar las quemas para habilitar sitios o deshacerse de residuos, prohibir las fogatas en zonas silvestres, y educar sobre las causas e impactos de estos eventos.
El investigador del Laboratorio de Invasiones Biológicas recalca que “toda acción con fuego, en condiciones de verano y sequía, es un potencial incendio, por mucho que uno piense que lo puede controlar.”
A esto se suma la “silvicultura preventiva” o manejo de combustibles, la cual modifica, ordena o elimina la vegetación y sus residuos para evitar las igniciones, o en su defecto, para retardar su avance.
Además, la conservación y restauración del bosque nativo no solo contribuyen a la heterogeneidad y a disminuir la inflamabilidad del paisaje, sino también a amortiguar los efectos del cambio climático.
No obstante, los esfuerzos para la restauración y reforestación deben ir acompañados por un sistema de prevención y monitoreo permanente, algo que no ocurre en todos los casos.
Armesto asegura que “la preocupación por el cuidado para que esos lugares no se vuelvan a quemar también tiene que existir. Eso implica vigilancia y una inversión de distintas formas”.
“Se necesita que, una vez que un sitio fue afectado por un incendio, no vuelva a ocurrir en un periodo largo de tiempo, para que la vegetación que está rebrotando pueda establecerse y volver a reproducirse”, subraya García.