De cara a 2023, diversos son los retos que como nación deberemos enfrentar para buscar soluciones a esta gran problemática, generada por el cambio climático y calentamiento global.
Columna de Opinión: Juan Pablo Negroni, country manager de IDE Water Technologies
A sólo días que finalice 2022, y comencemos un nuevo año, es importante recordar que la sequía sigue siendo una cruda realidad en nuestro país, pese a que durante este invierno las lluvias caídas contribuyeron a mejorar, en cierta manera, la complicada situación que veníamos enfrentando en esta materia.
Si bien en algún momento las autoridades mencionaron la posibilidad de decretar racionamiento del agua en algunas comunas de la zona central, tal decisión no se concretó. Sin embargo, ese fantasma no se ha ido del todo y sigue rondando entre nosotros.
Es que desde hace varios años venimos enfrentando una de las sequías más grandes en la historia de Chile, situación que ha obligado a decretar escasez hídrica en varias comunas y provincias, entre ellas las comunas de Paine, San Pedro, Peñaflor, Puente Alto, Pudahuel, Lo Barnechea, Vitacura y Las Condes, y las provincias de San Antonio, Valparaíso, Curicó, Ranco y Valdivia, por mencionar algunas. A este listado hay que sumar la región de Coquimbo también.
De cara a 2023, diversos son los retos que como nación deberemos enfrentar para buscar soluciones a esta gran problemática, generada por el cambio climático y calentamiento global, que no sólo pone en peligro la disponibilidad del recurso hídrico para las actividades económicas, sino que principalmente para el consumo humano.
En primer lugar, se hace imprescindible establecer una política a nivel país que apunte a crear una mayor conciencia y educación respecto del cuidado y consumo responsable del agua potable en la población. Esta mayor sensibilización debe partir con campañas educativas desde las escuelas y colegios. Tiene que ser una semilla que debe regarse desde la niñez. Así como el agua es de todos, la responsabilidad de su cuidado también lo es.
En segundo lugar, debiera fomentarse el uso y aprovechamiento de las aguas subterráneas, así como la reducción de las aguas no facturadas mediante una mejor gestión por parte de las empresas sanitarias. A esto hay que sumar el tratamiento y reúso de las aguas grises para, por ejemplo, las tareas de regadío. Para nadie es un misterio que en los últimos años han aumentado las regulaciones y las presiones sociales y ambientales enfocadas a que las industrias reduzcan sus volúmenes de aguas residuales y las traten para evitar la contaminación ambiental.
En tercer lugar, en materia de desalinización de agua de mar debiera existir un marco regulatorio que fomente la construcción de plantas de este tipo que permitan a los habitantes y empresas de las diferentes regiones abastecerse de agua desalinizada apta para el consumo humano y uso industrial. La minería, por ejemplo, es una industria que está muy adelantada en el uso de la tecnología de desalinización, con muy buenos resultados. Asimismo, hay ciudades como Antofagasta que han confiado en ese tipo de plantas para contar con dicho recurso, y de hecho hoy más del 70% del agua que se consume en esa comuna proviene del mar. En Mejillones y Tocopilla, en tanto, el 100% del agua potable ha sido producida por una planta desalinizadora. No nos olvidemos que Chile posee más de 4 mil kilómetros de costa, siendo muy cercanas las distancias entre los valles y el océano, lo que facilitaría aún más llegar con agua desalada a las ciudades que se ubican en las zonas interiores.
Finalmente, y no por ello menos importante, se hace necesario avanzar con rapidez en la implementación de todas estas medidas, pues ya estamos bastante atrasados y no podemos darnos el lujo de seguir esperando. El futuro de las próximas generaciones está en nuestras manos y debemos actuar con responsabilidad y celeridad.